Las demenciales noches de Zulueta acabaron en este film. Arrebato es la pasión por un cine anacrónico y vehemente. Un desfile de secuencias plásticas y psicotrópicas. Una actitud, única e irrepetible, la marca inconfundible de la España de la transición. Arrebato es esa película inacadémica, sobria, candente, art pop. El paso de director a artista con tintes de autor maldito.
Comienza con un joven Poncela excelso en cine, inyectado en heroína, en plena sequia creativa y envuelto en una situación emocional estancada con una ferviente e irrenunciable damisela vivaz interpretada por Cecilia Roth. Es entonces cuando aparece el McCuffin, un paquete de videos de super 8 de un joven, desalmado, inhóspito, andrógeno e ininteligible Will Moore. Vuelve el ácido viaje por el celuloide, el reencuentro apolíneo de la lírica y el poeta, la máxima expresión del arrebato acogedor de la imagen al espectador, la dualidad permanente en el artista de la creación y lo social.
Arrebato es la tragedia griega de los cineastas, nada tiene que ver al lenguaje convencional e industrializado del audiovisual occidental. En Arrebato no tienen cabida las incoherencias de personajes, inverosimilitudes de trama, omisión de climax ni ningún tipo de valoración empleada para películas de consumo común, porque Arrebato es Arrebato, con sus virtudes y sus defectos, es obra genuina, vanguardista, atemporal, de lenguaje que supedita a la historia y no historia que supedita al lenguaje. Fusiona géneros aparentemente incompatibles, incorpora ágilmente vampirismo acrílico ante un regocijo opiáceo y voyerista en un drama onírico de almas desamparadas aturdidas por el vacío artístico existencial.
Si el metacine es el cine dentro del cine, podríamos definir a Arrebato como cine de un cineasta dentro del cine, como la incesante búsqueda del Karma artístico del director que reside en ese arrebato, en ese estímulo embriagante que hila mas allá del espacio/tiempo. Arrebato es el desapego a esas normas, en teoría no escritas, que tratan de armonizar narraciones que han de amoldarse a clichés culturales, en sustitución de la creación de reductos fílmicos y vorágines de sensaciones que se esfuerzan en connotar y no en denotar. Un desapego dogmático estrechamente vinculado al desapego social que se presenta radicalmente incompatible con el devenir del autor, bajo la hipnótica y pluridimensional visión de Zurueta, al que ya sea el cine, la vida o su vida no hicieron honor a sus hazañas, de trayectoria escasa y olvidada. Magistral primera escena psicotrópica de Poncela en la bañera, inolvidable Cecilia cantando I want you, I need you, I love you, y secuencia final para la inmortalidad. Precursora la corriente de nuevos autores transgresores, entre los que contarían grandes nombres como Almodóvar y que dejarían grandes legados de la sociedad libertina española. Cine para sensibles, para cinéfilos e imprescindible para cineastas.
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