La pandemia no hace mella en el arte contemporáneo. De momento, Arco 2021 se celebró en verano, con menos galerías y algo de modestia, eso sí; aunque algo cohibido ante la presencia de uno de esos hechos históricos, esta vez sí que se puede decir: la irrupción de la covid-19 cambiando el panorama mundial. Sin embargo, hasta ahora la covid parece haber frenado la vida en seco, y también el arte. Si en anteriores ediciones de Arco el sesgo era muy marcado con una fuerte presencia de arte político, con las perspectivas sociales y de género muy marcadas; en Arco 2021 parece que también esto se ha quedado un poco parado. El arte, utilizando con algo de abuso el título del libro del poeta de la Escuela de Nueva York Frank O’Hara, medita en una emergencia.
La pandemia apenas tiene presencia en las obras que se han visto, aunque hay excepciones, con obras de autores como Simeón Saiz o Vladimir Moladinovic, de modo que aún no se puede calibrar el impacto de la covid-19 en la creación artística, aunque ya haya alguna pista de cómo ha afectado al mercado.
Arco 2021 ha mantenido pues a las pulsiones de años anteriores. Las dificultades para garantizar la presencia de artistas latinoamericanos han hecho que la sección Remitente haya calmado, aunque no satisfecho plenamente, las ganas de ver lo que se cuece en las galerías del otro lado del Atlántico, un ejemplo de arte político de alta combatividad.
Arco 2021 ha tenido su efectismo, siempre hay algo, en el Gernica Genikara de Agustín Ibarrola y su historia de olvido/recuperación. El cuadro, un mural de 2 X 10 es de 1977 y se inscribe en una iniciativa que se llevó a cabo entonces para que el Guernica de Picasso se trasladara a la ciudad vasca. Su reflexión queda ahora algo apagada y quizá no hubiera tenido tanta relevancia en un Arco inscrito en la normalidad, pero el mural corre a ser protagonista en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Pareciera como si la feria se haya tomado un respiro, aunque nada de eso afectó a sus organizadores, quienes hablaron de una distinta escala (menos galerías, menor aforo), pero no un cambio de esencia.
Esta esencia es la que le ha permitido alardear de ser la primera feria internacional pospandemia, en la que han recuperado protagonismo nombres como Magda Bolumar o Isabel Villar. También ha acogido obras de impacto como Taller de costura, de la artista brasileña Beth Moyses, en la que una máquina de escribir de la que cuelgan gasas es el punto central de una instalación que denuncia la violencia de género; el éxito del ‘Yo perreo sola’, de Dagoberto Rodríguez, beneficiado entre otras cosas por el lugar preferentes en la feria, o la innovación que permite ver la sección Opening, con las galerías emergentes.
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