Aquel Miguel Rafael Martos Sánchez, aquel precursor de la balada romántica no solo en España, sino también en otros países de habla hispana, aquel que creó un estilo propio, aquel que unió a millones de matrimonios españoles que hoy celebran casi sus bodas de oro, aquel que es capaz de colgar el cartel de agotado en auditorios de aforos descomunales, aquel que lleva a conciertos a personas que normalmente no van a conciertos, aquel que forma parte del cartel de un festival indie, aquel que consiguió que hombres reacios a la balada terminaran enganchados a ella, aquel que se mueve de manera única sobre el escenario, aquel que consigue que sus temas se canten y se bailen con la misma euforia que hace 40 años, aquel que puede ser el ejemplo del mejor vintage, aquel que “canta al amor” con la misma pasión 40 años después, aquel más conocido como Raphael sigue siendo aquel. Prueba de la vigencia de este fenómeno musical es que a la RAE le ha dado tiempo incluso de modificar la ortografía del pronombre que daba título a uno de sus mayores éxitos.
Anoche lo demostró en el Auditorio Municipal de Málaga, donde actúo ante la atenta mirada de más de 5.000 personas. Un público entregado, pero también insaciable, y también prematuro para emprender la salida, lo que hizo que alguno se perdiera casi la mitad del concierto. Raphael es un fenómeno social, le pese a quien le pese, pocos artistas de su época son capaces de mover masas como él, fieles seguidores que no faltan a ninguna de sus citas año tras año, que escuchan sentados sin perder una estrofa de cada una de sus letras, de cada uno de sus estrambóticos movimientos. Creo que el éxito de Raphael es su estilo, elegante, pero chulesco, antiguo pero moderno, atemporal, y que, al final, habla de cosas que a ellos, a ellas, de antes, de ahora, les interesa, les preocupa.
Más de dos horas y media y sin soltar el micro, quien diga que Raphael ya está de capa caída se equivoca. Es cierto que sus 74 años se notan, claro que se notan, en su cara, a veces en su voz, pero nunca en su forma de moverse, en sus ganas, en su carisma, en su entrega a la música y a su público.
Digan lo que digan, Quién sabe nadie, Yo soy aquél, Mi gran noche o Como yo te amo (solo un ejemplo del largo repertorio que cantó y del que la mayoría han sido hits) sonaron la noche del viernes entre un público que seguía de pie y bailando el carrusel de fiesta en el que montó a todos Raphael, en un espectáculo que combina proyecciones y luces evocadoras de una época anterior. Aunque esta gira es de presentación de su último disco Infinitos bailes, para el que se ha rodeado de autores tan conocidos del panorama español como Iván Ferreiro, Bunbury, Vega, Virginia Maestro, Dani Martín o Mikel Izal, Raphael no dudó en ofrecer desde el inicio del concierto éxitos de siempre que sabía que su público deseaba escuchar, pero también preciosas versiones de TEMAS como Nostalgias de Juan Carlos Cobian y Enrique Cadícamo o Gracias a la vida de Violeta Parra.
Digan lo que digan los demás, Raphael y su público son un fenómeno social único, incluso a nivel internacional, un artista que supo encontrar su esencia y explotarla de la mejor manera, una forma de vivir la música muy auténtica, que ha penetrado en diferentes generaciones (no solo eran mayores de 60 los que anoche coreaban el infinito set list del de Linares).
Raphael sigue siendo aquel, aunque a la RAE le haya dado tiempo incluso de modificar la ortografía del pronombre, aunque a veces acorte canciones dejando, una vez más, a su público con la miel en los labios.
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