“¡Nadie puede morir de soledad! ¡Nadie puede morir de soledad!” Este es el grito que sentencia de manera desgarrada un profético Oliver Laxe en los primeros minutos de Una costilla sobre la mesa: Padre, la última pieza de Angélica Liddell. Una obra cargada de contenido filosófico, intelectual y referencias bíblicas.
En ella, la eterna enfant terrible del teatro español bucea en los extremos a los que la ha arrojado la muerte de su padre, que sucedió en 2018, cuyo duelo es la principal trama de esta obra que se representa hasta el domingo, 30 de enero, en los Teatros del Canal.
Pospuesta por la pandemia, Una costilla sobre la mesa: Padre ha creado muchas expectativas entre los seguidores de la Liddell, más de dos años esperando esta función, pospuesta con motivo del COVID.
Masoquismo y sadismo son los principales ejes sobre los que se construye esta fantasía de obra surrealista cuyas escenas oníricas respiran el aura de Dalí o Buñuel. Auténticos cuadros, compuestos por un elenco de desnudos rubensianos, un atractivo mesías encarnado por los dos metros de sabiduría, presencia y templanza de Oliver Laxe, órganos genitales ya en la vejez, micciones o excrementos sobre el escenario.
Los textos del filósofo francés Gilles Deleuze de Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel (autor de la novela que también inspiró la película homónima La Venus de las pieles) articulan esta suerte de escenario bíblico en el que enfermeras con crucifijos alternan con ancianos en calzoncillos en un hospital, niños descalzos, vírgenes, prostitutas, pinturas del barroco y animales que salen al escenario.
Psicoanálisis, deseo, pulsión de muerte, culpa, remordimiento y compasión se dan la mano en este baile dramatúrgico de provocación, ira y debilidad que no deja indiferente a un solo espectador. Por si la mente de la escritora, poeta, directora de escena y actriz no fuese lo suficientemente compleja, para expresar todo lo que la ha movido a escribir esta obra, Liddell utiliza dos idiomas: español y francés.
La relación del hijo con el padre, del padre con el hijo, el castigo, la misericordia, el dolor, la repetición, el fracaso, la creación y la belleza del arte son otros de los asuntos que han salido del lápiz de la dramaturga más internacional del teatro español, que adereza con llamativas piezas musicales como una Saeta, el Padre nuestro cantado en latín, Vivaldi o música barroca mezclada con electrónica.
La necesidad del amor de desconocidos o de perdonar a los que nos hirieron porque son los que más amor necesitan son algunas de las sentencias que se pueden leer en los subtítulos de esta pieza que tanto se ha hecho esperar.
No es casualidad que la obra de Angélica Liddell sea reconocida internacionalmente ni que haya sido premiada con el Valle Inclán de Teatro o con el Premio Nacional de Literatura Dramática.
Muy recomendada para aquellos que estén deseosos de experiencias fuertes.
Fotografías: Pablo Lorente
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