Amaia ha pasado de ser la niña buena de aquel Operación Triunfo de 2017 a ser una artista completa y madura. Han pasado 5 años desde que aquella niña insegura, tímida y espontánea tocara al piano la famosa City of Stars y con su cara de inocencia y ojos de enamorada rozara los labios de aquel otro triunfito, Alfred García, en lo que fue uno de los momentos más emblemáticos del concurso televisivo.
También han pasado 4 años de aquel Eurovision en el que ni a Alfred ni a ella ya les valieron sus miraditas románticas y el tono cursi de Tu canción, que los colocó en un penoso puesto número 23.
Pero, lo dicho, de eso hace ya unos cuantos años y, desde entonces, se nota que Amaia ha aprendido y crecido mucho. Le ha dado para entrenarse en los escenarios y suma ya experiencias ante el público. Y eso se ve, se ve en la seguridad de sus pasos de baile, en la forma en la que mueve su melena larga de un lado a otro del escenario, en su determinante agarre de micrófono y en la fuerza con la que su voz sale de ese delicado cuerpo, aunque esto fue siempre así desde el inicio. La potencia de su voz fue una de sus características más definitorias, además de, por supuesto, sus despistes y su natural forma de reconocerlos.
Y así de segura se la vio la noche del domingo sobre el escenario del Brisa Fest en Málaga, donde demostró al reducido público presente que tiene mucha luz, personalidad y que es una artista de los pies a la cabeza. Empezó su show guerrera, con varios temas muy bailables, como su pegadizo Dilo sin hablar, con el que demostró que su destreza para bailar y moverse por el escenario han cambiado para mucho mejor.
Tras varias canciones con las que el público fan no dejó de corear y bailar, Amaia se sentó al piano, donde ofreció un íntimo y conmovedor repertorio de temas entre los que incluyó una versión de su famosa La canción que no quiero cantarte, un homenaje a Danza invisible con Sabor de amor o una impresionante Fiebre de Bad Gyal. También cantó una delicada Yamaguchi a la guitarra, pieza con la que homenajea el parque pamplonica donde se crió.
Aunque el público estaba conmovido y embelesado escuchando su delicada voz, Amaia explicó que estábamos en una plaza de toros y que había que bailar. Así que se despidió a lo grande con temas como El encuentro, que creó con Alizzz, o la versión cañera de La canción que no quiero cantarte.
Una vez que volvió del bis, advirtió de que ya serían las últimas canciones y de que ya no iba a haber más tonterías de entrar y salir del escenario (confesó que nunca ha entendido por qué se hacen los bises con su característica gracia).
Y, aunque todos teníamos ganas de más, Amaia se despidió cariñosamente de su público malagueño, al que dejó boquiabierto habiendo demostrado que ya no es una niña y que, aunque sigue desprendiendo su característica candidez que la hace tan auténtica, ya no es la niña buena que se dio a conocer en OT. Que ahora es una artista con mayúsculas con una sensibilidad enorme y una capacidad para hacer arte del de verdad, de ese que se te cuela bien dentro y es capaz de transformar los estados de ánimo y traer luz.
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