El Festival de Málaga entra en el bucle y ha abierto una especie de paso subterréneo que le lleva hasta Berlín. El año pasado ganó el Oso de oro en la cita alemana Alcarràs, de Carla Simón, y el certamen malagueño sacó a última hora la película de concurso presentándola sin competir. Al final la Biznaga de oro fue para Cinco lobitos, que se había presentado en la sección Panorama del certamen berlinés de 2022.
Este año, fue a Berlín en competición oficial 20.000 especies de abejas, donde no ganó aunque sí obtuvo un gran resultado (Oso de Plata a la mejor interpretación para Sofía Otero, además de otros dos premios de menor relevancia). De modo que fue comenzar la cita malagueña y todas las miradas se posaron sobre la película dirigida por Estíbaliz Urresola, en sus 20.000 abejas y en la visión de una niña que se enfrenta a un reto muy complicado, encontrar su identidad en una sociedad que no sabe cómo afrontar el reto de una infancia trans. No es de extrañar, tanto por la expectativa creada como por la conmovedora calidad cinematográfica y su realismo hermoso e incómodo a la vez, que la película se haya alzado con la Biznaga de Oro a la mejor película española del Festival malagueño.
Esta conexión de los últimos dos años entre Berlín y Málaga explica muy bien la evolución del cine español, generalmente ninguneado, salvo excepciones, en las tres grandes citas europeas (Venecia y Cannes junto a Berlín). Pero explica también el éxito de Málaga, que se apunta tantos a la hora de lanzar al nuevo cine español, pese a que los grandes talentos consagrados no suelan traer sus cintas nuevas. No importa. Películas como estas ‘abejas’ se suman a los ‘lobitos’, de Alauda Ruiz de Azúa, Verano del 93, de Carla Simón, o Las niñas, de Pilar Palomero.
Sofía Otero y Patricia López Arnaiz, en un momento de la película
De modo que 20.000 especies de abejas se ha alzado en 2023 con el galardón, ha llenado las salas donde se ha proyectado y ha obtenido buenas criticas. La película recoge con un tempo perfecto y medido con precisión desde la mirada poética de la naturaleza hasta la aceleración al ritmo de una trama con sus dosis de suspense y de nervios perdidos por los protagonistas.
La película narra la historia de Aitor, un niño sobre el papel de ocho años que se siente niña, que se hace llamar Cocó y en una ocasión rechaza cualquier nombre hasta que encuentra el que desea. Cuenta su lucha interior por vivir como chica en un mundo que no espera precisamente eso de ella y narra también cómo afecta a su familia y a su entorno, cómo cambia su visión de una condición a la que la sociedad cuelga la etiqueta de problema. De ahí que el papel que interpreta la niña Sofía Otero sea tan complicado: ella lucha contra todos, se defiende como puede contra las miradas censoras, se aferra a los pocos que la entienden —excelente la tía abuela apicultora— y todo ello con los recursos que unos ochos años permiten.
Es una película compleja, genera cierto malestar porque abre muchas cuestiones que tienen una respuesta difícil para una sociedad que se niega a empezar por la más sencilla: respeto a la libertad. Ese mismo respeto que no están dispuestos a tener aquellos que denuncian el buenismo y que se vanaglorian de una rancia incorrección. Abre cuestiones porque se niega esa libertad a los menores y porque las viejas ideologías y visiones de la vida, sea espirituales o terrenales, apenas son útiles para afrontar asuntos como la infancia trans, que siempre ha existido pero hasta ahora se había acallado.
La actriz Sofía Otero.
Para ello la mirada de la directora utiliza unos elementos narrativos concisos, desnudos de artificios, siguiendo los conflictos, sobre todo, de la niña y de la madre. Se afana en retratar el mundo de la creación artística —con la figura de la madre, cuya relación con la suya y la problemática memoria del padre artista añade elementos de tensión familiar—, las costumbres rurales festivas y religiosas; y la naturaleza representa en esas 20.000 especies de abejas que son un foco de temor al principio, pero refugio al final. El guion rebosa alto voltaje emocional contenido por la propia mirada limpia de la niña frente a los prejuicios de los adultos y va tejiendo con habilidad una red de relaciones a punto de estallar.
No es la primera vez que el cine refleja una infancia trans. Hay cintas como Tomboy (2011) de Céline Sciamma, Mi vida en rosa (1997), de Alain Berliner, o A Kid like Jake (2018), de Silas Howard, entre otras, que han tratado el tema y a las que esta se une con su propia personalidad. Además, la película sirve también para hacer memoria y recordar que en 2018 un niño trans se suicidó en el País Vasco y dejó una desgarradora carta en la que clamaba por que las nuevas generaciones no tuvieran los conflictos que él padeció y no pudo resistir.
Este es el drama que removió a Estíbaliz Urresola para escribir un guion que ella misma llevó al cine. Junto a Sofía Otero, actúan Patricia López Arnaiz (actriz que ha destacado en papeles películas como Ane o La Hija y que interpreta a la madre), Ane Gabarain, Itziar Lazkano, Martxelo Rubio, Sara Cózar, Unax Hayden, Andere Garabieta y Miguel Garcés.
Directora e intérpretes de ‘20.000 especie de abejas’.
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